miércoles, 29 de diciembre de 2010

ENTERRADO ("Buried", 2010)

No somos nadie.

Echado hacia adelante y con un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Así queda el espectador en la butaca tras ver “Enterrado”, la última película de Rodrigo Cortés. Este director, de origen gallego, parte de un guión escrito por Chris Sparling que deambuló por Hollywood durante cerca de un año sin que nadie quisiera producirlo. Y el experimento, arriesgadísimo, se ha convertido en manos de Cortés en un gran acierto.
El personaje principal de la producción (y único físicamente) es un hombre, Paul Conroy (Ryan Reynolds), cuyas circunstancias personales nos acercan a una situación que, de entrada, nos resulta alejadísima. ¿Cómo sentirse identificado con un transportista norteamericano que es secuestrado en Irak por insurgentes y enterrado en el desierto? Ahí radica uno de los logros del guionista, y es que a través de la humanidad del protagonista, de su universo, consigue que nos veamos reflejados en él, en un hombre que no es nadie, como casi todos nosotros. Y el vernos reflejados en él amplifica nuestro sentimiento de horror, subrayado además por la planificación de Rodrigo Cortés, completísima y justificadísima, en un ejercicio de estilo impecable. Todo ello tejido sobre la base de uno de nuestros terrores primarios: ser enterrado vivo. Entre un planteamiento estremecedor y un desenlace demoledor, la trama construida es una denuncia visceral y espeluznante que nos acerca a la certeza de que estamos totalmente desamparados en un mundo en el que la mayoría de nosotros no importa nada,  sólo importan el dinero y el poder.
Esta historia, brutal en esencia, fue rodada en Barcelona en sólo 17 días. Un ejemplo de que pocos medios son más que suficientes cuando sobra el talento. Y en “Enterrado” hay tanto talento como claustrofobia, angustia, desesperación y terror. Y también hay un nombre: un nombre que Paul escribe con esperanza y que es un recurso de guión magnífico, una metáfora estremecedora del horror y la verdad.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

BIUTIFUL (2010)

Viendo “Biutiful” uno tiene la sensación de asistir a más de lo mismo. Las fórmulas que en otras ocasiones sirvieron a González Iñárritu para destacar, se convierten en esta película en una imitación de sí mismo no muy justificada. El drama a destajo sin un por qué, tejido en tramas y subtramas deshilachadas y mal integradas, aleja al espectador de un cúmulo de miserias humanas que roza lo inverosímil; la misma estructura circular de siempre, sin un verdadero hilo conductor, parece innecesaria y abraza más de dos horas de película que pesan, con personajes en su mayoría mal definidos; lo que en “21 gramos” (2003) o en “Amores perros” (2000) emocionaba hasta sobrecoger, en “Biutiful” nos deja indiferentes.
Acostumbrados a los magníficos y terribles retratos de la realidad y la condición humana que en otras ocasiones nos ha presentado el director mejicano, se hace difícil participar de este alarde melodramático en donde el regodeo ante la enfermedad y  la fatalidad nos resulta incomprensible. El propio Javier Bardem, a pesar del premio al mejor actor en Cannes por esta cinta, parece desmotivado ante la imposibilidad de construir un buen personaje sobre una base tan débil, un Uxbal que uno no entiende si es un ejemplo de solidaridad o un sinvergüenza, que no merece ni el apelativo de personaje turbio porque no lo es: es incoherente  y, lo que podrían ser matices en otro caso, en el suyo no son más que sinsentidos.
 Cierto es que determinadas secuencias sorprenden por su maestría (véase la persecución por la policía de los inmigrantes africanos) y que lo más valioso de la película son los últimos 10 minutos en los que,  por fin, reconocemos al director y su sensibilidad, y en los que, por fin, se nos encoge el corazón.
No obstante, “Biutiful” es muy decepcionante.

viernes, 10 de diciembre de 2010

RUMORES Y MENTIRAS ("Easy A", 2010)

El director estadounidense Will Gluck se propone mostrarnos a través de un género menor (si es que alguno puede considerarse menor) cómo la moralidad falsa y superficial  que retrataba Nathaniel Hawthorne en su libro “la letra escarlata” sigue bien presente en la sociedad actual y en los sectores más inesperados. Poco han cambiado en este sentido las cosas, y aunque ya no bordemos símbolos en la ropa de las víctimas como lo hacían en el siglo XVII, utilizamos otros recursos igualmente valiosos para juzgar y estigmatizar a nuestros semejantes por los motivos más absurdos. Y es que el instituto en donde transcurre la comedia adolescente “Rumores y mentiras” no es más que una prolongación de nuestra sociedad, un microcosmos en el que todo se sabe y todo se cuenta, caldo de cultivo de intolerancia y de falta de solidaridad. Los métodos han cambiado, eso sí, y lo que en tiempos de los mentideros tardaba días en propagarse, o con las gacetas tardaba horas, ahora tarda segundos en atravesar el mundo gracias a los sms o a las redes sociales.  De hecho, en un momento en el que David Fincher estrena “La red social”  en donde nos presenta tanto el proceso de creación como al creador de Facebook, está bien asistir a los efectos de estas redes en cualquier rincón del mundo. Y los efectos son pocos: mayor pérdida de intimidad y divulgación de rumores y mentiras, que no nos molestamos en comprobar, a la velocidad del rayo (bueno, seamos justos: también de alguna verdad). En cualquier caso sorprende, y no se sabe si alivia o desconsuela, a los que dejamos el instituto hace ya tiempo, ver cómo nada  ha cambiado, sólo las herramientas utilizadas. Tan modernos para unas cosas y tan arcaicos para otras. Eso sí: lo que no consigue la protagonista acudiendo a un confesionario tradicional o visitando a un pastor, lo consigue gracias a Internet. Y es que, probablemente, ningún sector funciona ya como debe si no está informatizado.
Ella, Emma Stone, es una actriz muy joven, con mucho talento y  llena de registros, que encarnaría a la perfección y con mucho sentido del humor el papel protagonista si no fuera porque tiene un defecto: es demasiado guapísima. Demasiado guapísima para encarnar a una adolescente invisible para el sexo opuesto hasta que deja circular rumores. Aún así, el elenco al completo convence,  y “Rumores y mentiras” es una comedia ingeniosa y divertida, con buenas intenciones. Muy recomendable.

viernes, 3 de diciembre de 2010

UNCLE BOONMEE RECUERDA SUS VIDAS PASADAS ("Loong Boonmee raleuk chat", 2010)

Realismo mágico.

Apichatpong Weerasethakul compone en “Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas” una obra muy personal y poética en la que se funden la vida y la muerte. Apuesta arriesgada basada en la historia real de un hombre que, llegado a un alto nivel de meditación, decía ser capaz de recordar sus otras vidas, la película construye una historia en la que fantasía, mística y creencias populares  juegan un papel fundamental. La forma y el fondo de la cinta maravillan. Asistimos a composiciones de planos cuya belleza sobrecogedora  une lo humano y lo divino. Y la narración, puro realismo mágico, sorprende e incluso llega a divertir con un mensaje de esperanza que niega la muerte y confía en la transmigración. Esa no- muerte nos guía en una maravillosa reflexión y nos sumerge en poesía, la poesía de poder morir sin prisa,  rodeado de las personas queridas vivas y muertas, y en el lugar elegido. Una muerte dulce que nos llevará a recordar esta vida como otra más en nuestra próxima reencarnación.
En el peculiar universo del director, gran amante de la fantasía y la ciencia ficción, lo sobrehumano se convierte en humano y la naturaleza es un personaje más. Todo ello, en palabras del propio Weerasethakul,  en formato analógico para subrayar su homenaje al cine de terror tailandés de los años 70, con actores inexpresivos y monstruos mal confeccionados: una estética casi tierna para una historia con momentos conmovedores.
En una fusión de trascendencia y sentido del humor, esta película tailandesa es una brillante historia y un buen ejemplo de artesanía cinematográfica . Merecedora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y del Premio de la Crítica en el Festival de Sitges,  “Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas” es una obra fascinante y compleja. Para amantes del cine.  

miércoles, 1 de diciembre de 2010

SCOTT PILGRIM CONTRA EL MUNDO ("Scott Pilgrim vs the World", 2010)

Desde el momento en el que el logo manipulado de la Universal le remite a un antiguo videojuego, el espectador comprende que el director Edgar Wright ha optado por volver a dirigirse a su mejor público, el público “geek” o público friki, adorador de la informática, la ciencia ficción, los videojuegos y los cómics (entre otros).  En “Scott Pilgrim contra el mundo” todas estas referencias culturales son constantes, y el director las integra fluidamente como ya hizo en sus anteriores trabajos “Zombies Party” (Shaun of the dead, 2004) y “Arma Fatal” (Hott Fuzz, 2007).
Scott Pilgrim es un personaje que se ve obligado a enfrentarse a los siete ex- novios despechados de su gran amor, Ramona Flowers. Basada en las novelas gráficas de la canadiense Bryan Lee O’Malley y ambientada en las calles y los ambientes de un Toronto helador, “Scott Pilgrim contra el mundo” comienza como una comedia adolescente que recuerda  a la serie televisiva “Aquellos maravillosos 70 de David Trainer (That ‘70s Show ,1998) y termina como un videojuego de vieja consola. Como en la sitcom americana, las ideas son simples y el humor inteligente alrededor de unos personajes que son caricatura de sí mismos y de unos diálogos que rayan lo puramente absurdo. Sumergido el espectador en esta dinámica, la historia da un giro total y el protagonista (Michael Cera), un héroe/ antihéroe  con rostro peculiar y antecedentes de rompecorazones inesperados, se ve inmerso en una cruzada contra 7 fanáticos. Sus furiosos rivales le obligan a desplegar sus grandes dotes marciales, desconocidas hasta el momento, en lo que parece un videojuego interactivo al que arrastra a los demás personajes, todos ellos interpretados por jóvenes actores de gran frescura. La novedad de las primeras luchas, salpicadas de música y coreografías estilo Bollywood, dura sin embargo poco. Las acrobacias de los luchadores y los espectaculares efectos digitales al puro estilo “Kill Bill” (Quentin Tarantino) se tornan un tanto repetitivos en una historia que, por su naturaleza, dificulta la variedad.
Todo el largometraje está aderezado por la inclusión de lenguaje icónico típico del cómic, sin abandonar en ningún momento la pantomima, siempre presente en la obra de Edgar Wright. El director lo parodia absolutamente todo en la película, desde  las referencias culturales hasta  el clima de Toronto, pasando por la estética de sus personajes y la comedia adolescente americana.  Burla ingeniosa y constante en una película divertida y sorprendente que peca, sin embargo, de ser un tanto irregular.