martes, 19 de abril de 2011

NATURALEZA MUERTA (“Sanxia haoren”, 2006)

La obsesión del director chino Jia Zhang- Ke por las recientes transformaciones que está sufriendo su país es el leitmotiv de toda su obra, y su película “Naturaleza muerta” no es una excepción. El realizador lucha por alejarse del cine de propaganda  para poder retratar la realidad de una China que se divide entre un pasado que se desmorona y un futuro que no termina de llegar.
Localizada en  Fengjie, una aldea que desapareció bajo las aguas tras la construcción de la presa de las Tres Gargantas, la historia relata la vida de dos personajes, un hombre y una mujer, que buscan a sus respectivos cónyuges desaparecidos hace años. Yendo de lo individual a lo global, la película refleja una sociedad engullida por los cambios provocados por las reformas económicas, cambios que no está preparada para asumir. Con  ritmo de fluir de la vida y plasticidad de documental, Jia Zhang- Ke describe un mundo que se derrumba alrededor de seres frágiles y desamparados forzados a caminar hacia una modernidad de la que lo único que conocen es el desconcierto. Drama sereno de una belleza infinita, nos hace testigos de vidas sin atisbo de felicidad cuyo único objetivo es recorrer un tortuoso camino para sobrevivir, concepto casi olvidado en la mayoría de las sociedades occidentales.
Galardonada con el león de oro de la Mostra de Venecia de 2006, “Naturaleza muerta” incluye entre sus imágenes elementos fantásticos que pretenden subrayar, según dice el propio director, la irrealidad en la que parece inmersa China, con sus paisajes desoladores y sus constantes demoliciones. Este realizador de la sexta generación de directores chinos desarrolla un trabajo independiente en un marco imposible y cuenta con varias películas prohibidas por las autoridades  y otras distribuidas restringidamente. Naturaleza muerta” fue la única película  suya que llegó a los circuitos comerciales españoles, ninguna otra ha llegado a nuestras pantallas. Todo esto no ha impedido, sin embargo, a Jia Zhang- Ke contar con una obra cinematográfica brillante.

miércoles, 13 de abril de 2011

LA MITAD DE ÓSCAR (2010)

“La mitad de Óscar” es la historia de un hombre roto por dentro. Roto por la ausencia, por la soledad, por el recuerdo. Roto porque le falta su otra mitad: su hermana María. Y eso le lleva a  refugiarse en la rutina diaria y en el silencio de una Almería desoladora en la que solo se escuchan el viento, el mar y las extractoras de sal.
Óscar es un personaje muy humano que esconde una gran complejidad. Muy bien definido, camina solo por un mundo casi desértico sin apenas hablar y con un gran peso sobre sus espaldas. Encarnado por Rodrigo Saenz de Heredia que llena el personaje de infinitos matices en una interpretación muy ardua, Óscar es un personaje cercano pero lejano, conmovedor y aterrador. Es protagonista de una historia escrita concienzudamente por Manuel Martín Cuenca y Alejandro Hernández, una historia llena de tristeza, frustración, sentimientos contenidos y dolor.
La película se desarrolla a partir de un elenco de actores acertadísimo que interpreta a la perfección personajes construidos muy minuciosamente. Todos parecen avanzar libremente, siguiendo sus propios pasos, lo que les lleva a componer una película muy bien resuelta y maravillosamente fotografiada por Rafael de la Uz.
Escaparate de un lenguaje muy elaborado, “La mitad de Óscar” es, sin duda alguna, y tras “La flaqueza del bolchevique” y “Malas temporadas”, la película de ficción más personal y redonda de Manuel Martín Cuenca. El director encuentra la madurez de su estilo narrativo casi en silencio, sin música, transmitiendo de modo muy profundo y poético lo que vive en el alma de sus personajes.

martes, 5 de abril de 2011

MISTERIOS DE LISBOA ("Mysteries of Lisbon", 2010)

Raoul Ruiz no es un cineasta cualquiera. Nacido en Chile en 1941 y considerado uno de los mejores cineastas latinoamericanos de la historia, se trasladó a Francia en 1974 donde se convirtió en una gran figura de la vanguardia cinematográfica parisina. Con innumerables éxitos y premios en su filmografía,  la importantísima revista francesa Cahiers du Cinéma le dedicó un número entero en 1983, hecho bastante extraordinario.
“Misterios de Lisboa”, su última obra, es uno de los rascacielos del celuloide (como la hubiera descrito el crítico cinematográfico Guillermo Cabrera Infante). Cuatro horas y media de metraje adaptan la novela homónima publicada en 1854 por el escritor Camilo Castelo Branco, uno de los autores más representativos de la literatura portuguesa de todos los tiempos y uno de los más leídos. Esta, su primera obra,  se inscribe dentro del Romanticismo, concretamente en la segunda fase del Romanticismo portugués, llamado Ultra-Romanticismo, lo que nos da la medida de la línea argumental de la novela, y por lo tanto, de la película.
Teniendo en cuenta que la participación afectiva del espectador es fundamental a la hora de valorar un largometraje, resulta complicado sentir empatía por un melodrama decimonónico en el que el amor fatal desencadena auténticas tragedias arrastrando a los personajes a desmayos, duelos, asesinatos, autocastigos y muertes, todo ello rodeado de bastardía y orfandad a diestro y siniestro.
 No es que el amor en grado superlativo no sea verosímil. En 2009 la directora neozelandesa Jane Campion rodó “Bright Star”, película en la que narra la historia del amor desgarrador sentido por la joven Fanny Bawne hacia el poeta romántico del siglo XIX John Keats. En este caso, una obra maravillosamente compuesta permite al espectador sumergirse en el romance y participar de los arrebatadores sentimientos de sus protagonistas. Pero “Misterios de Lisboa”  no fluye de la misma manera. La trama es, de entrada, excesivamente complicada, con un encadenado de historias que entrelazan las vidas de demasiados personajes de forma irregular. El guión pierde el ritmo y las  reacciones de los intérpretes son tan teatrales  que rozan la pantomima. Cierto es que la ironía es una de las constantes de Raoul Ruiz, y hay algo de ironía en la película, pero no la suficiente. Y cierto es que el rodaje tiene momentos acertados, aunque con algunas carencias visuales a pesar de lo maravilloso de las localizaciones palaciegas (sillones y baúles que se repiten, paredes desconchadas o agrietadas en un tiempo en el que no tendrían por qué estarlo...), carencias muy habituales, desgraciadamente, en productos televisivos de la península ibérica (“Misterios de Lisboa” estaba inicialmente destinada a este fin).  
No obstante, siguen admirando planificaciones virtuosas de su director, con planos secuencia maestros. Y también sorprende en la película el final, un final abierto que, en este contexto, llama la atención por su modernidad.

Sea como fuere, es muy interesante transmitir la cultura popular y dar a conocer una figura como Camilo Castelo Branco al público. Pero quizás no tenga sentido adaptar literalmente al cine una obra como ”Misterios de Lisboa”. Y a pesar de que, con este largometraje, Raoul Ruiz ganó en 2010 la Concha de plata al Mejor Director en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y de su incuestionable perfeccionismo técnico, resulta bastante inevitable pensar que este premio es más un homenaje a su figura que una distinción por su trabajo en esta película. Y es que "Misterios de Lisboa" no es una obra que, por sus características, merezca ser destacada.