martes, 27 de diciembre de 2011

UN DIOS SALVAJE (“Carnage”, Francia, Alemania, Polonia, España, 2011)

El cine teatralizado es un gran reto, porque corre el riesgo de convertirse en teatro filmado. Pero en “Un dios salvaje”, basada en la obra teatral homónima de la francesa Yasmina Reza, el director polaco Roman Polanski supera el desafío, y lo hace flanqueando la acción que transcurre en interiores con dos secuencias rodadas en exteriores y dotando a la narración de un ritmo muy dinámico. Con todo ello, realiza un estudio muy interesante del comportamiento humano, en el que deja constancia de que la civilización y la buena educación son una farsa, una postura difícilmente sostenible en una situación tensa.

El encuentro de dos matrimonios de clase media alta en un apartamento de Nueva York para solucionar un conflicto surgido entre sus dos hijos es el detonante de la historia. Lo que comienza como una lección de diplomacia acaba convirtiéndose en un reflejo de la pérdida de compostura, pasando de la amabilidad y la cortesía a la impaciencia y la impertinencia. En “un dios salvaje” nada es lo parece. Roman Polanski genera momentos de auténtica tirantez, pero también momentos muy divertidos, todo ello con una cadencia sorprendentemente enérgica para haber sido creada por un casi octogenario. Y el tema que les reúne termina por transcender y derivar en las miserias humanas más patéticas de ambas parejas, disgregadas finalmente en cuatro personajes independientes y muy distintos entre sí.
Los actores configuran un equipo artístico muy completo que construye cuatro caracteres sumamente dispares: la esposa impecable y resignada (Kate Winslet), el ejecutivo agresivo y soberbio (Christoph Waltz), la mujer intelectual y aparentemente liberal (Jodie Foster) y el hombre sencillo y hospitalario (John C. Reilly). La película es una comedia negra con una puesta en escena impecable y  una planificación cuidadísima, frenética y muy real. Y con una buena observación a tener en cuenta: a los niños les gusta olvidar rápidamente mientras que los mayores adoran regodearse en sus propias mezquindades.

Roman Polanski presentó este largometraje, rodado en tiempo real, en la Mostra de Venecia, y conquistó a la claque. Pocos esperaban que un libreto teatral diera tanto juego en la gran pantalla.
El mensaje enviado es además digno de ser subrayado: cuando se vive al borde del abismo emocional (como vive la mayoría de la gente actualmente) lo difícil es no despeñarse por él.

martes, 13 de diciembre de 2011

EL NIÑO DE LA BICICLETA ("Le gamin au vélo", Bélgica, 2011)

Jean- Pierre y Luc Dardenne son dos cineastas belgas, hermanos, que dirigen y escriben juntos y se autodenominan “una persona con cuatro ojos”. De su unión surge un gran talento que les ha llevado a realizar películas como “Rosetta” (idem, 1999) o “El niño” (L’enfant, 2005), cintas admirables de una gran serenidad y crudeza. Con su último largometraje, “El niño de la bicicleta” (Le gamin au vélo, 2011), demuestran que sus propuestas siguen mereciendo clasificarse entre las obras más sobresalientes del cine contemporáneo. Su contención narrativa y su sublime sensibilidad han dado lugar en esta ocasión a una obra espléndida de una aspereza y una emotividad demoledoras.

Cyril es un niño de 11 años, abandonado por capricho y por egoísmo, que sufre terriblemente por su desamparo. Se siente impotente en una existencia que no ha elegido y que le da la espalda, pero decide no rendirse. Corre, pelea, busca… convirtiéndose en un auténtico superviviente del dolor más profundo. Cyril se ata a su bicicleta como a su bien más preciado y la protege como si le fuera la vida en ello porque es todo lo que le queda del pasado, de una cortísima infancia que ha decidido abandonarle demasiado pronto. Interpretado por Thomas Doret con una moderación y una madurez sorprendentes, Cyril es un luchador.
Y también lo es Samantha (Cécile de France) con quien el azar le llevará a cruzarse, una mujer joven extraordinaria que es capaz de renunciar a todo por convicción, por bondad infinita, por saber que lo que está haciendo es lo correcto. Ella es una mujer guapa con una vida tranquila que no tiene ninguna necesidad de acoger problemas. Pero lo hace por una generosidad incalculable, por un sentimiento grandioso que desgraciadamente solo algunos seres excepcionales poseen. La relación entre Samantha y Cyril es transparente, incondicional y magnífica.

Los directores narran esta historia con tal sobriedad que multiplican hasta el infinito los efectos del drama. No hay aleccionamiento ninguno, solo retrato sensible a través de una capacidad de síntesis excelente. La película, merecedora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, es un maravilloso ejemplo de cine que no necesita de alardes innecesarios, una cinta profundísima que acentúa con su austeridad lo doloroso de algunas existencias.