La cuarta y última película de Michel
Hazanavicius es un homenaje a la esencia del cine. Hacer una película
muda significa tener que adentrarse sin
remisión en la pureza de la imagen transmitiendo el contenido de la historia a
través de la poesía de la composición. Ante tamaño reto, el director no se
queda pequeño (no como lo hace la silueta del protagonista ante la pantalla
inmensa que proyecta una de sus películas mudas). Sin pretender construir un largometraje
de los años veinte en el siglo XXI, con la única intención de honrar la época del
nacimiento del cine, Hazanavicius dirige una cinta mágica que contiene todo lo
que un buen cinéfilo puede esperar: sonrisas, lágrimas, amor… todo ello
enmarcado en un escenario soberbio con una fotografía y una música magníficas (cuyos
autores son Laurence Bennett, Guillaume Shiffman y Ludovic Bource
respectivamente).
George Valentin es el personaje principal del film, un actor de los años 20 que, cuando empieza la
película, está encarnando a un héroe al que torturan para que hable. El
personaje se niega a hablar, igual que Valentin lo hará cuando surja el sonoro
en el cine. No querrá aceptar que el sonido venga a ensuciar su interpretación y, por ende, su existencia. En
este punto la producción francesa recuerda en su argumento a películas como
“Cantando bajo la lluvia”, narrando el drama que supuso para algunos actores abandonar
el cine silente en pro del hablado, y recurriendo al género musical como una
gran solución ante tamaña transición.
Jean Dujardin interpreta a Valentin con el arte de los clásicos, llenando
la pantalla de una sonrisa indescriptible y un gesto que es imposible no
relacionar con actores como Douglas Fairbanks o John Gilbert. Del mismo modo, en
el personaje de Peppy Miller, interpretado por Bérédice Bejo, hay reminiscencias
de actrices como Mary Pickford (cuya casa se utilizó como localización para
ambientar la vivienda de Peppy). Los actores secundarios son también destacables
en un casting que no ha querido dar la
espalda a ningún miembro del reparto, sobresaliendo
John Goodman, James Cromwell y el perro
Uggie, todos ellos en papeles fundamentales y entrañables.
Ver “The artist” es un placer para los amantes del cine, un deleite
sin pretensiones en contra de lo que, por su forma, pueda parecer.