miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA (The tree of life, EEUU, 2011)

“Desde pequeña tuve que elegir entre lo natural y lo divino. Yo elegí lo divino.” Asistimos al llanto desgarrador por una pérdida. Sobrevienen insertos cósmicos, imágenes prehistóricas eternas e inauditas en el contexto. Retrato extraordinariamente sensible de la infancia.  Poesía de la procreación, los planos son de una belleza sobrecogedora. Jessica Chastain está gloriosa, virginal. Una oda al origen de la vida en la que un volcán en erupción, de duración infinita,  nos aleja de la historia. Adoración maternal. Amor/odio paterno- filial. Conmovedora, sublime, gran belleza formal. Dialéctica distinta en el montaje. El personaje de Sean Penn no se sostiene. Rabia emocionante contra Dios. ¿De qué sirve ser bueno si un niño puede morir? Terrence Malick ha rodado cinco películas en cuarenta años. ¿Pretende contarnos una historia? ¿Por qué actores tan mediáticos en una obra tan trascendente? Extremadamente poético, inspirado, y muy pretencioso, en ciertos momentos artificioso. Fascinante y agotadora. ¿Tiene sentido distribuir esta película en circuitos comerciales? Media sala se va antes de que acabe la proyección. Los espectadores hablan. Alguno aplaude.

Desconcertante.

domingo, 25 de septiembre de 2011

LA PIEL QUE HABITO (España, 2011)

Diferente pero igual. Estos son quizás dos buenos adjetivos para definir la última película de Pedro Almodóvar. Diferente porque es una apuesta arriesgadísima a nivel argumental, un valiente acercamiento al thriller. Igual porque se siguen reconociendo en ella todas y cada una de las obsesiones del director manchego junto a sus argumentos imposibles y su mezcla de géneros.
Y es en esa igualdad diferente en donde radica probablemente su defecto y su virtud. Porque tamaño desafío exigiría alejarse más de la propia esencia, a la vez que ser fiel a uno mismo es lo que hace grande la creación.

Basándose en la novela “Tarántula” de Thierry Jonquet (Mygale, 1995), Almodóvar construye un personaje principal, Robert Ledgart, que oscila entre un Pigmalión enamorado de su obra, el brillante cirujano enloquecido que rapta chicas en “los ojos sin rostro” (“Les yeux sans visage”, Georges Franju ,1960) o el mismo Doctor Frankenstein. En este caso la venganza del protagonista se vuelve doblemente satisfactoria, arruinando la vida de quien ha destrozado la de su hija a la vez que recupera a la mujer amada.
La atmósfera enfermiza que se genera en el film no llega a ser todo lo tenebrosa que se podría esperar, aunque el lirismo que desprenden las imágenes es innegable, resultando imposible no sentirse seducido por ellas. Se echa de menos, sin embargo, la tan esperada estética almodovariana que no solo se transforma en sobria y poco colorista, sino que pierde absolutamente su carácter sin adquirir ningún otro. Todo ello con una clara superioridad interpretativa de Elena Anaya, que ya en  “habitación en Roma” irradiaba una gran madurez dramática y que carga aquí con la mayor parte del peso de la película, resultando Antonio Banderas excesivamente flemático y falto de registros (parece que por propia  voluntad del director, que sin duda ha confundido austeridad con ausencia).

El realizador, en un reto muy comprometido, nos cubre de una piel resistente al fuego, al dolor… pero también a las emociones. Contrayendo un riesgo complejísimo que solo puede asumir un Almodóvar estelar en su decimoctava película, esta cinta turbadora resulta sin embargo incompleta y fría.
Me quedo con una frase escrita por el personaje de Vera en su maravilloso mural infinito: “el arte es garantía de salud”.

sábado, 17 de septiembre de 2011

EL HOMBRE DE AL LADO (Argentina, 2009)

 “No somos cinéfilos ni amantes del cine, buscamos explorar lenguajes nuevos, formas narrativas diferentes, recursos visuales novedosos. Tal vez somos un poco provocadores en cuanto no respetamos la historia del cine en este sentido”. Así se expresaba Gastón Duprat en una entrevista concedida a la revista Planeta Latinoamérica. Con estas palabras no exentas de cierta soberbia presentaba junto a Mario Cohn su segundo largometraje de ficción, “El hombre de al lado”, en el que, entre otras cosas, analizan la vanidad en el arte.

La película está rodada en un marco incomparable: la casa Curutchet construida en ciudad de La Plata entre 1949 y 1953 y diseñada por Le Corbusier, figura fundamental de la Arquitectura de todos los tiempos. Mariano Cohn y Gastón Duprat nos regalan la maravillosa posibilidad de pasearnos por esta vivienda sorprendentemente moderna y de una pureza formal magnífica, actual sede del colegio de arquitectos de la ciudad. En la pared medianera de tan notable construcción se sitúa el eje central de la trama, y sus dos protagonistas se ven inmersos en una incansable contienda vecinal. Rafael Spregelburd (personaje importante del teatro argentino) y Daniel Aráoz (presentador de televisión, director de teatro, guionista, productor y actor  del mismo país) encarnan respectivamente a Leonardo, un arquitecto de gran prestigio, y a Víctor, un hombre que no parece más que buscar la luz, erigiendo ambos de manera muy acertada unos personajes antagónicos entre sí y muy ricos en matices. En la cinta sobrevuela la pregunta constante de si tiene razón de ser negarle a un hombre el derecho elemental de atrapar unos rayos de sol por pura obsesión estética, y partiendo de este punto los autores presentan un planteamiento muy interesante que saca a la luz múltiples cuestiones e invita a infinitas preguntas.

En “el hombre de al lado” el contenido supera a la forma y el montaje contiene planos innecesarios que dañan el ritmo de la película. Pero indiscutiblemente la propuesta, sorprendente y con alto contenido filosófico, es de gran valor. Todo ello en un escenario magnífico cuyo creador subrayaba la palabra constancia, y decía que para ser constante hay que ser modesto, recordando sin cesar unas palabras que le repetía su madre: “ce que tu fais, fais-le!” (¡Lo que hagas, hazlo!).