“La búsqueda de la libertad y el placer; eso ocupa todo mi arte”.Estas fueron palabras del artista multidisciplinar Man Ray (1890- 1976), abanderado de movimientos como el dadaísmo o el surrealismo, que siempre luchó por alejarse de las convenciones artísticas. Una de sus múltiples obras fue un cine-poema dirigido en 1926 en Biarritz y titulado “Emak-Bakia”, que en vasco significa un rotundo “¡Déjame en paz!”. La película sirve de argumento al director Oskar Alegría para sumergirse en una incansable búsqueda que reivindica la libertad en el arte, un arte cada vez más acobardado por presiones mercantilistas que a veces parece no poder evitar esconder la cabeza.
Alegría no solo no la esconde sino que se deleita en la observación de su entorno. Convierte en realidad un anhelo frecuente: el de crear disfrutando. Dejándose llevar por la obra del norteamericano y por todo aquello que surge de ella, el director navarro sigue los pasos azarosos de unas palabras enigmáticas que bien podrían ser un epitafio. Transformando su viaje en un exquisito poema audiovisual, enriquece la realidad y, como Man Ray, reivindica el derecho a modificar el horizonte y a la composición aleatoria.
“La casa de Emak Bakia” es una obra emocionante de imágenes y conceptos magníficos, en la que una gota de lluvia rueda sobre el ojo de una fotografía haciéndolo llorar, o nombres salpicados de casas distintas componen una poesía. Su realizador consigue que un guante corteje a una servilleta, que 37 sellos de elefantes convenzan a una princesa rumana o que 17 desconocidas se presten a un casting de párpados. El documental es mágico y sencillo, recordando en su lenguaje a Isaki Lacuesta por la sensibilidad extraordinaria en la interpretación de la vida, por el respeto hacia todo objeto de la narración y por la sabiduría para expresar con profundidad lo aprendido.
La grandeza de “La casa de Emak Bakia “ consiste en que el creador avanza sin un proceso cerrado, con los ojos bien abiertos, dejándose llevar por cualquier señal que le parezca interesante, o simplemente que sea una señal. Nada le impide desviarse de su camino para seguir el rastro de una postal por toda Francia o de un payaso muerto. “La casa Emak Bakia” comienza y termina cuando el propio cine-poema lo decide.
El singular largometraje da la oportunidad de observar la vida serenamente en un momento en el que deleitarse parece ser sinónimo de perder el tiempo. Esta obra es además un halo de esperanza para un cine español cada vez más enfermo. Es la obra de un creador independiente que solo con su talento, una Canon 5D y todo el tiempo necesario ha construido una pieza sobresaliente que está llegando a mucha más gente de la prevista. Aún hay esperanza.