martes, 11 de enero de 2011

BALADA TRISTE DE TROMPETA (2010)

SERGIO
¿Por qué quieres ser payaso?

El payaso triste no contesta. Sergio da un golpe con el vaso de vino en la mesa.

SERGIO
¡¡Contesta, joder!! ¡¡Algo habrá!!
Nadie se hace payaso porque sí.
¿Porque te da miedo la vida?
¿Porque lo eran tus padres?
¿Porque quieres humillarte?

JAVIER
¿Y usted?

SERGIO
Porque si no fuera payaso sería un asesino.

JAVIER
Yo también.

Estas líneas son algo más que diálogos de “Balada triste de trompeta”. También son una declaración de principios de su autor, Alex de la Iglesia, director y guionista de la película, que apuesta por la violencia gratuita y el absurdo más absoluto en esta comedia negra.
El largometraje, ambientado en un microcosmos de caravanas y animales circenses como un estallido de fuegos artificiales siniestro sobre trajes de luces eclesiásticos y ambientes urbanos decadentes, es un compendio de imágenes grotescas en donde la violencia es una protagonista más, o quizás la única. “Balada triste de trompeta” encadena planos fortísimos sin hilo conductor, y resulta ser un espectacular continente sin contenido, el maravilloso envoltorio de una ausencia, la ausencia de historia. Y es que el triángulo amoroso de los tres personajes principales no es más que una justificación para construir encuadres brutales previamente compuestos en la mente del director, lo que convierte al guión en un “collage” de impresiones. Cierto es que la historia se enriquece por el sentido del humor bien empleado y el juego de apariciones de personajes y acontecimientos importantes de la historia de nuestro país. Y alimenta el encanto del conjunto la procesión de actores secundarios que divierte y recuerda aquellos tiempos del cine español en los que parecía que los secundarios primaban sobre los principales. En este caso Santiago Segura, Manuel Tallafé, Terele Pávez, Fernando Guillén Cuervo, Luis Varela, Sancho Gracia… forman un entrañable elenco ya casi necesario en las películas del realizador.  Pero no hay que olvidar que entre un prólogo magníficamente montado y un desenlace muy “a lo Alex de la Iglesia” con carácter de espectáculo y en un escenario emblemático de Madrid (en este caso el Valle de los Caídos), los tres actores principales (como todos los demás) son marionetas cuya elaboración y ambigüedad estéticas eclipsan su esencia, posiblemente porque no la tienen.
La película es  una coyuntura difícil para el público de fuera de nuestras fronteras. De hecho, la crítica internacional estuvo muy dividida en el Festival de Venecia ante un Quentin Tarantino entusiasmado que se sintió identificado en el uso desenfadado de la violencia más extrema. En cualquier caso, cierto es que no nos sorprende que Alex de la Iglesia no sepa ni contar historias ni definir personajes (sálvese de la quema “El día de la bestia”), como tampoco lo hace su gran talento visual, claramente destacable en nuestro país. Pero podría decirse que la estética brutal que nació en “Acción mutante” ha llegado a su madurez. Y la verdad es que su fuerza es tan aplastante que uno se pregunta si es necesario que haya fondo bajo la forma. La película, no apta para almas sensibles, irradia una plasticidad impactante que nos arrastra en una historia sin sentido que exige un acto de fe. Y la capacidad o incapacidad para llevar a cabo dicho acto de fe alimenta una profunda controversia que dificulta decidir si el resultado, histriónico y enloquecido, es o no una buena obra. Parece que la reacción ante “Balada triste de trompeta” sólo pueda proceder de las entrañas.
El debate queda abierto.

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