martes, 5 de abril de 2011

MISTERIOS DE LISBOA ("Mysteries of Lisbon", 2010)

Raoul Ruiz no es un cineasta cualquiera. Nacido en Chile en 1941 y considerado uno de los mejores cineastas latinoamericanos de la historia, se trasladó a Francia en 1974 donde se convirtió en una gran figura de la vanguardia cinematográfica parisina. Con innumerables éxitos y premios en su filmografía,  la importantísima revista francesa Cahiers du Cinéma le dedicó un número entero en 1983, hecho bastante extraordinario.
“Misterios de Lisboa”, su última obra, es uno de los rascacielos del celuloide (como la hubiera descrito el crítico cinematográfico Guillermo Cabrera Infante). Cuatro horas y media de metraje adaptan la novela homónima publicada en 1854 por el escritor Camilo Castelo Branco, uno de los autores más representativos de la literatura portuguesa de todos los tiempos y uno de los más leídos. Esta, su primera obra,  se inscribe dentro del Romanticismo, concretamente en la segunda fase del Romanticismo portugués, llamado Ultra-Romanticismo, lo que nos da la medida de la línea argumental de la novela, y por lo tanto, de la película.
Teniendo en cuenta que la participación afectiva del espectador es fundamental a la hora de valorar un largometraje, resulta complicado sentir empatía por un melodrama decimonónico en el que el amor fatal desencadena auténticas tragedias arrastrando a los personajes a desmayos, duelos, asesinatos, autocastigos y muertes, todo ello rodeado de bastardía y orfandad a diestro y siniestro.
 No es que el amor en grado superlativo no sea verosímil. En 2009 la directora neozelandesa Jane Campion rodó “Bright Star”, película en la que narra la historia del amor desgarrador sentido por la joven Fanny Bawne hacia el poeta romántico del siglo XIX John Keats. En este caso, una obra maravillosamente compuesta permite al espectador sumergirse en el romance y participar de los arrebatadores sentimientos de sus protagonistas. Pero “Misterios de Lisboa”  no fluye de la misma manera. La trama es, de entrada, excesivamente complicada, con un encadenado de historias que entrelazan las vidas de demasiados personajes de forma irregular. El guión pierde el ritmo y las  reacciones de los intérpretes son tan teatrales  que rozan la pantomima. Cierto es que la ironía es una de las constantes de Raoul Ruiz, y hay algo de ironía en la película, pero no la suficiente. Y cierto es que el rodaje tiene momentos acertados, aunque con algunas carencias visuales a pesar de lo maravilloso de las localizaciones palaciegas (sillones y baúles que se repiten, paredes desconchadas o agrietadas en un tiempo en el que no tendrían por qué estarlo...), carencias muy habituales, desgraciadamente, en productos televisivos de la península ibérica (“Misterios de Lisboa” estaba inicialmente destinada a este fin).  
No obstante, siguen admirando planificaciones virtuosas de su director, con planos secuencia maestros. Y también sorprende en la película el final, un final abierto que, en este contexto, llama la atención por su modernidad.

Sea como fuere, es muy interesante transmitir la cultura popular y dar a conocer una figura como Camilo Castelo Branco al público. Pero quizás no tenga sentido adaptar literalmente al cine una obra como ”Misterios de Lisboa”. Y a pesar de que, con este largometraje, Raoul Ruiz ganó en 2010 la Concha de plata al Mejor Director en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y de su incuestionable perfeccionismo técnico, resulta bastante inevitable pensar que este premio es más un homenaje a su figura que una distinción por su trabajo en esta película. Y es que "Misterios de Lisboa" no es una obra que, por sus características, merezca ser destacada.

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