En la última película de
Nacho Vigalondo, no hay prólogo ni circunloquios. Directa y llanamente, los
personajes se ven invadidos por seres de otro mundo al despertar de una
borrachera, al inicio del largometraje. Con un planteamiento altamente
surrealista, a la sorpresa inicial le sigue la asunción de la situación y el
transcurrir de la existencia. Qué más da quién nos invada, la vida sigue.
En “Extraterrestre” no hay más
extraterrestre que el miedo a lo desconocido o la deformación de la realidad. El
platillo volante de 7 km de diámetro que flota de un día para otro sobre la
ciudad de Madrid se alza como metáfora de cualquier conflicto que pueda
amanecer con nosotros en un día cualquiera. Basándose en la ciencia ficción, el
director y guionista cántabro nos empuja sin rodeos a la realidad en la que
vivimos, un momento en el que todo parece inclinado a desmoronarse a nuestro
alrededor y los seres humanos tendemos a olvidar la importancia de las cosas.
En esta comedia intimista, que no arranca (ni lo pretende) carcajadas, los
visitantes de otra galaxia son lo de menos y nada es lo que parece. Solo el
egoísmo humano, capaz de anteponerse al apocalipsis, prevalece.
En el panorama cinematográfico
español actual, “Extraterrestre” es una producción muy inteligente, un
largometraje con un número mínimo de localizaciones y de actores que construye una
propuesta muy interesante e inusual en una cinematografía cada vez más temerosa
del público. Tras un lenguaje tan excesivamente parco que parece inexistente y,
aunque sugestivo, muestra ciertas carencias, la última película de Vigalondo
esconde mucha reflexión. No obstante, a la cinta le falta ritmo y la intención es
mejor que el resultado final. Pero “Extraterrestre” es una muestra clara del
potencial de su creador, y quizás una puerta abierta a una nueva tendencia en el
cine español.
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