Rachel
Mwanza interpreta con una madurez asombrosa el papel de esta niña/mujer con el
alma mutilado que respira con dolor y sufre con fortaleza, como el resto de sus
compañeros de viaje, en un estado de enajenación constante debido a los efectos
alucinógenos de la “savia mágica”. Estos niños sufren casi con conformismo,
sumergidos sin remedio en lo que les ha tocado vivir y en la droga que les
obligan constantemente a beber. Komona pasa de niña a soldado, a mujer, a
madre… a base de golpes físicos y emocionales. El convertirse por azar en
“Bruja de la guerra” salva su vida corpórea, y su amor por otro adolescente (encarnado por un profundo Serge Kanyinda) salva su vida
espiritual.
El
lenguaje de la película es un lenguaje sobrio y muy lírico que acentúa la
intensidad del drama que viven sus personajes. Sin necesidad de artificios,
Nguyen retrata una situación terrible que, narrada con sencillez, resulta
estremecedora. En “Rebelde” hay recursos visuales muy interesantes, como el de las
alucinaciones de Komona que cree ver las almas de los que mueren. Con un tratamiento
muy elemental y real, las alucinaciones se convierten en experiencias tan
tangibles que aterrorizan. La fotografía de Nicolas Bolduc, siendo clara como
la luz africana, logra sin embargo sumergirnos en un mundo espeluznante, oscuro
y hostil. No deja de haber en el largometraje momentos cautivadores y hermosos,
como el de la búsqueda incansable por amor de un gallo blanco por otro gallo
blanco.
Aderezada
con todo un estudio sobre las costumbres africanas, sus creencias y su magia,
el ambiente recreado en “Rebelde” compone un mundo extraño que provoca una gran
desazón. Pero a su vez la película es un canto a la esperanza porque parece que
a estos espíritus tan jóvenes todavía les queda capacidad para rehacerse. Nguyen
hace un retrato durísimo sobre el robo de la infancia, pero en el que deja cabida para la salvación. Es
extraordinario cómo a almas tan destrozadas como las de estos niños soldado les
puede quedar aún fuerza para amar y seguir viviendo.