domingo, 25 de septiembre de 2011

LA PIEL QUE HABITO (España, 2011)

Diferente pero igual. Estos son quizás dos buenos adjetivos para definir la última película de Pedro Almodóvar. Diferente porque es una apuesta arriesgadísima a nivel argumental, un valiente acercamiento al thriller. Igual porque se siguen reconociendo en ella todas y cada una de las obsesiones del director manchego junto a sus argumentos imposibles y su mezcla de géneros.
Y es en esa igualdad diferente en donde radica probablemente su defecto y su virtud. Porque tamaño desafío exigiría alejarse más de la propia esencia, a la vez que ser fiel a uno mismo es lo que hace grande la creación.

Basándose en la novela “Tarántula” de Thierry Jonquet (Mygale, 1995), Almodóvar construye un personaje principal, Robert Ledgart, que oscila entre un Pigmalión enamorado de su obra, el brillante cirujano enloquecido que rapta chicas en “los ojos sin rostro” (“Les yeux sans visage”, Georges Franju ,1960) o el mismo Doctor Frankenstein. En este caso la venganza del protagonista se vuelve doblemente satisfactoria, arruinando la vida de quien ha destrozado la de su hija a la vez que recupera a la mujer amada.
La atmósfera enfermiza que se genera en el film no llega a ser todo lo tenebrosa que se podría esperar, aunque el lirismo que desprenden las imágenes es innegable, resultando imposible no sentirse seducido por ellas. Se echa de menos, sin embargo, la tan esperada estética almodovariana que no solo se transforma en sobria y poco colorista, sino que pierde absolutamente su carácter sin adquirir ningún otro. Todo ello con una clara superioridad interpretativa de Elena Anaya, que ya en  “habitación en Roma” irradiaba una gran madurez dramática y que carga aquí con la mayor parte del peso de la película, resultando Antonio Banderas excesivamente flemático y falto de registros (parece que por propia  voluntad del director, que sin duda ha confundido austeridad con ausencia).

El realizador, en un reto muy comprometido, nos cubre de una piel resistente al fuego, al dolor… pero también a las emociones. Contrayendo un riesgo complejísimo que solo puede asumir un Almodóvar estelar en su decimoctava película, esta cinta turbadora resulta sin embargo incompleta y fría.
Me quedo con una frase escrita por el personaje de Vera en su maravilloso mural infinito: “el arte es garantía de salud”.

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