miércoles, 3 de noviembre de 2010

PAN NEGRO ("Pa negre", 2010)

“Pa negre” es un drama que deja el corazón en los huesos. Y no sólo lo hace por la tristeza que desprende, sino también por la angustia permanente que transmite, el malestar, el horror. Desde la primera secuencia de la cinta en la que la cámara tiembla llena de tensión, sabemos que la película que comienza será inquietante y dura, de esa dureza seca y escalofriante que Agustí Villaronga sabe transmitir tan bien.

La ambientación de la Cataluña rural de postguerra, recreada por Ana Alvargonzález, así como la fotografía de Antonio Riestra, componen magníficos cuadros de miseria, de un desasosiego casi palpable que parece no tener escapatoria sino más allá de la muerte. En ese ambiente que hiela el corazón, Villaronga plasma con brutalidad los destrozos que la guerra civil española provocó en miles de familias. Las secuencias violentas lo son en extremo y tremendamente bellas, como es habitual en el director, pero también son bellos los símbolos que sabe utilizar con gran delicadeza, como la taza de porcelana vacía, único objeto precioso y ensoñador que Andreu se lleva a la boca para huir por unos segundos del mundo de dolor que le rodea.

Las interpretaciones de los niños, Francesc Colomer y Marina Comas, son desgarradoras y muy maduras en papeles complejos de inocencia interrumpida. Y Nora Navas, ganadora bien merecida de la Concha de Plata a la mejor actriz en el festival de San Sebastián, encarna maravillosamente a un personaje lleno de matices terribles que sufre sin tregua. Los actores secundarios, Sergi López y Eduard Fernández, dejan que sus papeles fluyan de una forma sencilla y llena de maestría, no así Laia Marull, que habiendo demostrado en otras ocasiones ser una buena actriz, no está esta vez a la altura de las circunstancias, interpretando al único personaje forzado y poco creíble de la producción. En cuanto a Roger Casamajor, he de decir que no llegó a emocionarme en ningún momento ni leí los suficientes matices en su rostro.

En la película, homónima del libro de Emili Teixidor en el que se basa Villaronga, nada es blanco ni negro. Los personajes son terriblemente complejos, llenos de contradicciones y mentiras, temerosos del hambre y la muerte. Predican ideales que traicionan, protegen a los asesinos de sus amigos más queridos, nacen sensibles y solidarios y el dolor les convierte en seres crueles.
Y es que, entre tanto dolor, qué hay más terrible que negar a un ser querido y borrarle con el vaho del aliento sobre un cristal para poder sobrevivir y olvidar

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