jueves, 24 de febrero de 2011

LAS INFLUENCIAS DE ANTONIONI EN EL CINE CONTEMPORÁNEO

Parece difícil hablar sobre el cine de Michelangelo Antonioni cuando él mismo decía: “No tengo nada que decir pero quizás tenga algo que mostrar. No es lo mismo”. Nacido en Ferrara en 1912, Antonioni construyó un universo enigmático y de una modernidad muy alejada de su tiempo, lo que le hizo ser a menudo incomprendido e infravalorado en pro de su coetáneo Federico Fellini.  Dice la escritora catalana Mercedes Salisachs que la ausencia puede tener volumen, y en el cine de Antonioni lo tiene inmenso. La introspección, el silencio, son protagonistas de largometrajes en donde los personajes desnudan su alma mediante tiempos muertos. Estos personajes son más de ahora que de entonces, personajes que, pertenecientes a la burguesía y teniendo sus necesidades básicas cubiertas, buscan desesperadamente la felicidad. La insatisfacción, la frustración, el desencanto, parecen palabras mucho más aplicables a la sociedad de hoy que a la de los años 60. Pero Antonioni conocía el mundo en el que vivía y lo reflejaba con un lenguaje arriesgadísimo que hoy consigue hacernos sentir identificados. Su cine no ha envejecido gracias a la radicalidad estética y argumental de su discurso, y le convierte en  autor de claves fundamentales del lenguaje cinematográfico moderno: una composición nueva, la inclusión del arte a todos los niveles, el no temer ni el silencio absoluto, ni la lentitud, ni la reflexión, y una inmensa osadía y dominio técnico para construir secuencias como la primera de “El eclipse” (1962) o la última de “El reportero” (1975). Dice Doménec Font que la época de Antonioni era una época en la que el cine tenía talento incluso para convenir las reglas de su propio suicidio. Y es cierto que el cine de Antonioni se suicidó en cierto sentido. Pero resurgió de sus cenizas admirado por muchos directores que, impresionados por su lenguaje experimental y poético,  quisieron seguir su estela. Sus influencias son incontables. Veamos unas cuantas.

El director chino Wong Kar Wai es quizás uno de los autores más influidos por Antonioni en nuestros días. Su estética elegante y su lenguaje de silencio recuperan aquel cine de los años 60.  En su obra “Deseando amar” (2000) el aire que se respira es puramente antoniniano. No en vano le buscó el director italiano para dirigir uno de los episodios de su última película, “Eros” (2004), junto a Steven Soderbergh y a sí mismo, resultando ser el relato más hermoso el del realizador hongkonés. Wong Kar Wai compone planos de gran calidad artística introduciéndose en el interior de sus personajes sin temor a desmenuzar sus almas ni a adentrarse en sus conflictos más íntimos. Y todo ello con sutileza y maestría.
                                  
También sería importante incluir en esta lista a Abbas Kiarostami. Muchos críticos se han referido a Roberto Rosellini y a su obra “Te querré siempre” a la hora de analizar la película “Copia certificada” del director iraní. No hay que olvidar que Antonioni fue asistente y guionista de Rossellini quien influyó extraordinariamente en su obra. La propiedad transitiva nos lleva a encontrar rasgos Antoninianos en la obra de Kiarostami quien, como su antecesor, se atreve a analizar la incomunicación oral y la angustia del mundo moderno sin palabras. El realizador asiático también analiza personajes introspectivos y descreídos de la vida y del amor con un lenguaje muy poético y tremendamente elaborado. Explora los sentimientos más complejos muy intensamente.

Regresando a Europa, Wim Wenders ayudó a terminar el film de Antonioni  “Más allá de las nubes” cuando el italiano se puso enfermo en 1995. Aunque “Más allá de las nubes” es una película claramente de Antonioni y no de Wim Wenders, ya en “París, Texas”  (1984) se observaban influencias del realizador ferrarés en el alemán. La sublimación de la composición, el tratamiento de los recuerdos y la elegancia estética, además de aquel terreno baldío que recorre el protagonista de la película consumiéndose a cada paso, crean un entorno que remite a los escenarios a veces inmensos y casi futuristas de Antonioni.

Para terminar, busquemos en los archivos de nuestro cine. Parece inevitable recurrir en este trance a Víctor Erice, nuestro mejor creador de silencios. Su microcosmos de lucha interior y de incomunicación es de una belleza inusitada en “El espíritu de la colmena” (1973) o en “El sur” (1983). Parece fácil relacionar la intensidad emocional de estas obras tan personales con las de Antonioni. La composición pictórica de los planos de Erice se traduce en pura lírica e impregna sus ambientes de misterioso existencialismo. El dominio expresivo del director vizcaíno le convierte en uno de los mayores genios de la narrativa audiovisual.

Así se extiende la mancha de aceite que arrastra el alma de Michelangelo Antonioni. El director italiano inventó una forma de crear, de rodar, incluso de pensar y analizar al ser humano absolutamente nueva para su tiempo. Alejado de las convenciones clásicas,  bañó con su halo de sabiduría técnica y artística  a muchos directores que quisieron seguir su rastro.
Que no nos abandone.

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