jueves, 3 de marzo de 2011

CISNE NEGRO ("Black swan", 2010)

A menudo hemos hablado de la importancia de lo sutil en el lenguaje cinematográfico, y de lo difícil y emocionante que resulta que nos enseñen sin mostrarnos. Desgraciadamente el director de “Cisne negro” no parece partidario de esta filosofía. Darren Aronofsky, no sabemos si por falta de recursos o por decisión propia, acude a la sangre y a los jirones de piel para describir el sufrimiento del alma, fórmula terriblemente irritante y hueca. El viaje introspectivo que se plantea en principio, el tránsito de una bailarina invadida por graves conflictos internos hacia el día de su primera gran actuación, es de una espiritualidad emocionante. Pero los vehículos utilizados para narrar la historia son tan burdos que destruyen su sentido inicial. O tal vez sea la delicadeza del planteamiento lo que no se corresponde con la intención final. Pero lo cierto es que lo que percibimos (algunos) es que alrededor de una Natalie Portman espléndida que derrocha poesía por cada poro de su piel, se levanta un mundo cuya torpeza narrativa lleva, por ejemplo, a que el desgarro de una mujer arrinconada ya por la edad a pesar de su juventud, Winona Ryder, se traduzca en partirle las piernas y convertirla en una especie de niña del exorcista.
Las películas son lo que son, y no lo que queremos que sean. Por ello no quisiera pretender que “Cisne negro” fuera lo que no es. Pero creo firmemente que para que un buen intérprete encarne el lado oscuro del cisne blanco sobre el escenario no necesita ni de alas emplumadas ni de ojos ensangrentados, y lamento que las inmensas expectativas de la película se desintegren entre tanto efectismo y tanta obviedad.  Me queda la duda de saber cuál es la auténtica cara de Aronofski, si la del intimismo o la del charco de sangre. Aunque, viendo su trayectoria, la duda se disipa rapidamente: evidentemente su rostro es el del sensacionalismo.

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