miércoles, 1 de diciembre de 2010

SCOTT PILGRIM CONTRA EL MUNDO ("Scott Pilgrim vs the World", 2010)

Desde el momento en el que el logo manipulado de la Universal le remite a un antiguo videojuego, el espectador comprende que el director Edgar Wright ha optado por volver a dirigirse a su mejor público, el público “geek” o público friki, adorador de la informática, la ciencia ficción, los videojuegos y los cómics (entre otros).  En “Scott Pilgrim contra el mundo” todas estas referencias culturales son constantes, y el director las integra fluidamente como ya hizo en sus anteriores trabajos “Zombies Party” (Shaun of the dead, 2004) y “Arma Fatal” (Hott Fuzz, 2007).
Scott Pilgrim es un personaje que se ve obligado a enfrentarse a los siete ex- novios despechados de su gran amor, Ramona Flowers. Basada en las novelas gráficas de la canadiense Bryan Lee O’Malley y ambientada en las calles y los ambientes de un Toronto helador, “Scott Pilgrim contra el mundo” comienza como una comedia adolescente que recuerda  a la serie televisiva “Aquellos maravillosos 70 de David Trainer (That ‘70s Show ,1998) y termina como un videojuego de vieja consola. Como en la sitcom americana, las ideas son simples y el humor inteligente alrededor de unos personajes que son caricatura de sí mismos y de unos diálogos que rayan lo puramente absurdo. Sumergido el espectador en esta dinámica, la historia da un giro total y el protagonista (Michael Cera), un héroe/ antihéroe  con rostro peculiar y antecedentes de rompecorazones inesperados, se ve inmerso en una cruzada contra 7 fanáticos. Sus furiosos rivales le obligan a desplegar sus grandes dotes marciales, desconocidas hasta el momento, en lo que parece un videojuego interactivo al que arrastra a los demás personajes, todos ellos interpretados por jóvenes actores de gran frescura. La novedad de las primeras luchas, salpicadas de música y coreografías estilo Bollywood, dura sin embargo poco. Las acrobacias de los luchadores y los espectaculares efectos digitales al puro estilo “Kill Bill” (Quentin Tarantino) se tornan un tanto repetitivos en una historia que, por su naturaleza, dificulta la variedad.
Todo el largometraje está aderezado por la inclusión de lenguaje icónico típico del cómic, sin abandonar en ningún momento la pantomima, siempre presente en la obra de Edgar Wright. El director lo parodia absolutamente todo en la película, desde  las referencias culturales hasta  el clima de Toronto, pasando por la estética de sus personajes y la comedia adolescente americana.  Burla ingeniosa y constante en una película divertida y sorprendente que peca, sin embargo, de ser un tanto irregular.

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