jueves, 21 de octubre de 2010

TREN DE SOMBRAS (1997)

José- Luis Guerín es, probablemente, uno de los mayores exponentes de la pureza cinematográfica en nuestro país, entendiendo por pureza no la espontaneidad de los planos sino el gusto por aquello que transmite autenticidad. Todas sus obras son una muestra de la visión esencialista del autor, y “tren de sombras” no es una excepción. Desde el título, el documental es un homenaje a los primeros orígenes del cine, ya que “tren de sombras” es una expresión empleada por Máximo Gorki en un artículo escrito en 1896 en el que narra de forma muy emocionante la primera proyección a la que asiste en el recinto de Aumont. Dicho texto del escritor ruso contiene, de hecho, muchas claves importantes para el mejor entendimiento del documental.
“Tren de sombras” se divide en tres partes importantes: la primera recoge escenas familiares rodadas por un realizador amateur en 1928- 1930; la segunda regresa a los escenarios que acogieron aquellas imágenes 70 años después de haber sido rodadas (experimento similar al que ya hiciera Guerín en “Innisfree”); la tercera parte  insinúa el descubrimiento por parte del montador de un drama familiar subyacente bajo las imágenes originales, componiendo de esta manera una película dentro de otra.

La recuperación de las bobinas rodadas en 1928- 1930 por Gérard Fleury en su caserón de Le Thuit es un ejercicio plástico muy poético. El celuloide deteriorado no sólo es hermoso en sí mismo, sino que resulta ser una metáfora estremecedora del paso del tiempo: todo lo material desaparece, y aquellos instantes que sobrevivieron gracias al soporte del celuloide poco a poco empiezan a desaparecer con él.
Por otra parte, es curioso como imágenes sin artificio alguno, e incluso con momentos divertidos, tomadas en un entorno familiar desenfadado, no pueden evitar por su naturaleza “hacer pensar en fantasmas”, como ya escribía Máximo Gorki años atrás sobre las fotografías animadas del cinematógrafo:
Ayer estuve en el reino de las sombras. Si supierais hasta qué punto es aterrador…allí no existe ni el sonido ni el color: todo, la tierra, los árboles, los hombres, el agua y el aire, todo tiene allí un color gris uniforme. En el cielo gris, rayos de sol grises; en los rostros grises, ojos grises. Y hasta las hojas de los árboles son grises como la ceniza: no es la vida, sino una sombra de vida. No es el movimiento, sino una sombra de movimiento, desprovista de sonido.”
Y así es, desprovisto de sonido, como comienza José- Luis Guerín su documental. Respeta el silencio inicial del cine, rompiéndolo sólo con un tema musical propio de los años 30, propio por tanto de las imágenes que acompaña. Y a partir de ahí, alterna la música con el silencio, quizás para no dejar de homenajear ninguna de las dos épocas (el nacimiento del cine y los años 30),  quizás para subrayar con sus silencios cierta inquietud latente en todo el documental. Y tras los silencios, aquellos fantasmas de rostro gris y ojos grises serán los que habiten la mansión en la segunda parte de la obra.

Es  en esa segunda parte donde llegará lo realmente aterrador. José- Luis Guerín parece querer parafrasear las siguientes palabras de Gorki:
 “esta vida gris y silenciosa termina por trastornarnos y oprimirnos; se tiene la impresión de que contiene una advertencia cuyo significado se nos escapa, pero es lúgubre y la angustia oprime el corazón. Poco a poco uno olvida quién es, extrañas imágenes aparecen en la mente, la conciencia se nubla, se perturba…”. 

Y es que esta es una descripción perfecta de las sensaciones que producen las imágenes de este tramo del documental. El  montaje de las mismas confunde e inquieta al espectador.
Las fotografías animadas de antaño, son ahora inanimadas (han muerto). Y las imágenes de la sombra de las cortinas de encaje sobre el papel pintado acompañadas de una música amable, que representan probablemente la armonía de la vida familiar de entonces, se ven interrumpidas bruscamente por sonidos y luces de ahora: el roce de unas ruedas sobre la calzada, la luz de los focos de un coche…  sonidos y luces del presente que enturbian los silencio y  las sombras del pasado. Quizás estas imágenes hablen del paso del tiempo, de la vida interrumpida por la muerte, o quizás simplemente el director quiera introducirnos la tercera parte del documental donde la armonía de la vida familiar se va a ver deshecha por el drama y la muerte de Mr Fleury.

En la tercera parte de “tren de sombras”, el espectador es testigo de cómo el montador del documental descubre, tras el manejo y montaje de las imágenes rodadas en 1930, el drama de un triángulo amoroso, de una infidelidad. La armonía familiar de la que somos testigos al principio del documental parece ocultar algo, y el montador intenta desvelarnos ese algo mostrándonos una y otra vez las mismas imágenes, avanzando y retrocediendo sobre ellas, cortándolas, recortándolas, manipulándolas… imágenes que parecen deteriorarse cada vez más a medida que insistimos en verlas. El celuloide acaba casi por desaparecer componiendo fotogramas de gran plasticidad y gran belleza.
Tras el descubrimiento de una historia dentro de otra, Guerín compone una ficción con actores que interpretan a los personajes que habitaron aquella casa de le Thuit. Los personajes, primero inmóviles, acaban cobrando vida, tal y como lo hacía “la gente inmóvil” que observaba Máximo Gorki en la pantalla del recinto de Aumont. Finalmente, el “fantasma” de Mr. Fleury coge su cámara y sube a la barca que le llevará al misterio de su propia desaparición.
Esta tercera parte del documental resulta la menos interesante por lo artificiosa. No deja de contener sin embargo momentos de gran sensibilidad, como los ya comentados del juego de imágenes cada vez más deterioradas, o el montaje de lo que parecen “fotografías animadas” rodadas en la actualidad. Estos planos dejan a un lado el blanco y negro y son a todo color, probablemente para acercarnos más a la realidad de los personajes originales.
Quizás el realizador quiera enlazar de alguna manera el descubrimiento del triángulo amoroso con la desaparición de Mr. Fleury; quizás el aparente descubrimiento de la historia no sea más que una justificación más para seguir jugando a su antojo con las bobinas encontradas.
Sea como fuere, con la desaparición en la niebla del abogado francés termina este documental de José- Luis Guerín, que es sin duda un maravilloso homenaje a la infancia del cine.

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