sábado, 17 de septiembre de 2011

EL HOMBRE DE AL LADO (Argentina, 2009)

 “No somos cinéfilos ni amantes del cine, buscamos explorar lenguajes nuevos, formas narrativas diferentes, recursos visuales novedosos. Tal vez somos un poco provocadores en cuanto no respetamos la historia del cine en este sentido”. Así se expresaba Gastón Duprat en una entrevista concedida a la revista Planeta Latinoamérica. Con estas palabras no exentas de cierta soberbia presentaba junto a Mario Cohn su segundo largometraje de ficción, “El hombre de al lado”, en el que, entre otras cosas, analizan la vanidad en el arte.

La película está rodada en un marco incomparable: la casa Curutchet construida en ciudad de La Plata entre 1949 y 1953 y diseñada por Le Corbusier, figura fundamental de la Arquitectura de todos los tiempos. Mariano Cohn y Gastón Duprat nos regalan la maravillosa posibilidad de pasearnos por esta vivienda sorprendentemente moderna y de una pureza formal magnífica, actual sede del colegio de arquitectos de la ciudad. En la pared medianera de tan notable construcción se sitúa el eje central de la trama, y sus dos protagonistas se ven inmersos en una incansable contienda vecinal. Rafael Spregelburd (personaje importante del teatro argentino) y Daniel Aráoz (presentador de televisión, director de teatro, guionista, productor y actor  del mismo país) encarnan respectivamente a Leonardo, un arquitecto de gran prestigio, y a Víctor, un hombre que no parece más que buscar la luz, erigiendo ambos de manera muy acertada unos personajes antagónicos entre sí y muy ricos en matices. En la cinta sobrevuela la pregunta constante de si tiene razón de ser negarle a un hombre el derecho elemental de atrapar unos rayos de sol por pura obsesión estética, y partiendo de este punto los autores presentan un planteamiento muy interesante que saca a la luz múltiples cuestiones e invita a infinitas preguntas.

En “el hombre de al lado” el contenido supera a la forma y el montaje contiene planos innecesarios que dañan el ritmo de la película. Pero indiscutiblemente la propuesta, sorprendente y con alto contenido filosófico, es de gran valor. Todo ello en un escenario magnífico cuyo creador subrayaba la palabra constancia, y decía que para ser constante hay que ser modesto, recordando sin cesar unas palabras que le repetía su madre: “ce que tu fais, fais-le!” (¡Lo que hagas, hazlo!).

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